Yo entré por primera vez al edificio de la Facultad de Biología de la PUCE hace mucho mucho tiempo. Al “Doc” lo conocí allí mismo, días después. Apareció nomás, con su panza y sus carcajadas inmensas. Él siempre sonreía y en sus ojos guardaba mil historias que iba sacando poco a poco. Justo donde todo parecía morir, aparecía él. Él nunca hablaba de muertos, sino de vivos. Era un alivio. Las arañas eran princesas en su boca y muchos bichitos tenían su apellido. Con él, todo parecía tener un sentido profundo, mucho más allá de la ciencia oficial. Él le devolvía la vida a todo, hasta a los humanos, como un padre.
Un día, el Doc nunca más regresó a ese edificio. Yo tampoco. Entonces comencé a visitarlo en su casa. Cada vez que voy a su casa, salgo llena. Llena de semillas, de mermeladas, de chocolates y de historias nuevas. Todo eso es como una gran bodega en el alma, que me sirve en esos momentos en los que todo parece perder el sentido.
Una buena época solía ir a su bosque. Una vez que alguien entra a la vida del Doc Onore, es casi inevitable comenzar a visitar su bosque. Y es que el Doc. Onore es esa extraña mezcla entre el gran científico y el ser humano profundamente espiritual. Impecable como académico, pudo ver más allá. Entonces, de un profundo acto de amor, hizo nacer al Bosque Otonga. De su amor a la vida y de su certeza de que mientras más vida exista, mejor. Quizá por eso el entrar a ese bosque es tan especial* . Quizá tiene que ver con el amor de quienes lo cuidan. Aunque él no lo ha hecho sólo, estoy segura que muchos y muchas no nos imaginamos a ese bosque sin él. En este mundo tan enmarañado y complejo, cada plantita, cada bichito del Otonga es una oportunidad, no sólo de preservar sus vidas físicas sino también la sabiduría milenaria que sólo la tierra virgen y sus habitantes pueden guardar. El Doc Onore, la familia Tapia y otros tantos lo sabían, lo sabían desde un inicio, y por eso hicieron de ese bosque su vida.
Dicen que una puede tener la familia en dónde nació y la familia que una se va haciendo en la vida. Desde que lo conocí, el Doc siempre ha sido una mezcla entre mi abuelo sabio y mi hermano cómplice. Él es parte de mi familia. Tanto como lo son mis padres y mis hermanos y hermanas. No recuerdo una sola vez que lo haya visto y que no haya salido de ese encuentro con una renovada sensación de esperanza en la vida. El Doc me ha enseñado de la fe, de ese dar la vida por algo, por alguien. El Doc Onore es un caminante, que con sus palabras y sus acciones me enseña a escuchar y a escucharme y, rodeada de esas voces, caminar haciendo mi propio camino, sea cual este fuere.
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*Por esos años, corría el rumor de que si una pareja de novios subía al bosque del Otonga, esa pareja nunca se iba a separar.